Capítulo 2:
EL ATERRIZAJE DE VILLARES DEL SAZ.
La
localidad conquense de Villares del Saz es un pequeño reducto ubicado a unos
cincuenta y siete kilómetros de Cuenca, su superficie de 70,2 kilómetros cuadrados acoge a 485 habitantes, gente común que ven sus vidas
completas si tienen su trabajo y su familia.
Debemos
irnos al año 1953 para ser testigos de, seguramente, el único suceso de índole
ufológica que sucedió allí.
En esa
época todo era distinto, en plena dictadura franquista, la mayoría de las
personas que habitaban pueblos como aquel eran analfabetas, dedicabas al campo
o a la ganadería, era normal ver por las calles a labradores que iban, subidos
a sus carretas y portando sus “aperos”, hacia el campo, donde mulas y burros trabajaban,
condenados a la noria con el único fin de traer dinero a la casa y subsistir en
una época donde era bastante difícil hacerlo.
Uno de esos muchachos, un chico bastante joven, según la versión puede tener catorce, trece o nueve años, es Máximo, Máximo Muñoz Herráiz, un villarense que se dedica a sus vacas, hijo de un labrador llamado Felipe Muñoz y de una ama de casa llamada Amalia Herráiz.
Situémonos como si fuéramos acompañando a Máximo, sale de su honrada casa un día de julio, como cada día, y se dirige al paraje llamado comúnmente como “La islilla” a cuidar de sus vacas, confiado
y seguro, sabiendo que en Villares del Saz, su hogar de toda la vida, poco malo puede ocurrirle.
A eso de
la una de la mañana, Máximo escucha un ligero ruido, un ruido pequeño, dice él,
a su espalda, lo le presta atención pero después, un silbido agudo, como el de
un globo que se desinfla, le hace volverse.
Entonces
ve lo que le parece una tinaja, brillante, -brillaba más cuando estaba
moviéndose que cuando estaba posada en el suelo- de un metro treinta de alta
por treinta y un centímetros de grosor, de la cual salen, por arriba, tres
humanoides, -permítame usar esté término aunque en aquel año todavía no
existiese siquiera- estos miden unos sesenta y cinco centímetros y visten una
especie de uniformes, en el brazo llevan un emblema, pero Máximo no es capaz de
describirlo ni recordarlo después.
Sus
rostros son de rasgos “achinados” y su piel amarillenta.
El joven
pastor siente más curiosidad que miedo, quizás fruto de su ignorancia, por eso
no huye.
Los tres
se acercan a él, Máximo ve que le hablan, pero no entiende nada de lo que le
dicen, dos se colocan muy cerca de él uno a cada lado, y un tercero, el que
parece llevar la voz cantante, se pone frente a él.
Entre
aquellas extrañas palabras que el joven no logra entender, el humanoide la da
una palmada en la cara, una palmadita, dice Máximo.
Cuando
los humanoides se marchan, saltando dentro de la tinaja, Máximo por fin siente
miedo, como si en el fondo supiera que ha sido testigo de algo inaudito,
entonces corre a casa y, después de guardar las vacas, le cuenta a su padre lo
sucedido, el hombre, al principio, no le cree, pero Máximo está tan empecinado
en afirmar que todo es cierto, su padre ve que tiene sudores fríos y tiembla,
que decide dar parte a la Guardia Civil.
Hasta el
lugar de los hechos se presentan los guardias civiles Jesús Conde y Guillermo
Muñoz, en el lugar del aterrizaje encuentran unos agujeros de cinco centímetros
de profundidad por dos centímetros y medio de ancho, que forman un cuadrado
perfecto de 36 centímetros.
Además,
Crescencio Atienza Martínez, un guardia civil de Honrrubia, una localidad
cercana, es testigo del vuelo del objeto cuando este se alejaba de Villares, su
descripción concordó con la de Máximo.
Conocemos
este caso gracias al periodista Jesús Sotos, del periódico conquense “La
ofensiva”, el cual se desplazó hasta el localidad para entrevistar al testigo
del avistamiento, así como a los involucrados en el caso, tiempo después, el
afamado ufólogo Antonio Ribera lo rescato para su libro Los humanoides,
-Editorial Pomaire-, allí transcribió la entrevista realizada a Máximo, y
gracias a ella podemos comprobar la cultura, escasa en este caso, del joven
pastor, él usa términos como “Tinajeta” para referirse a la nave o “Tietes”
para hablar de los humanoides, comenta que visten como los músicos de la banda
de su pueblo, y que salieron y entraron en la nave dando “saltetes”.
Este
detalle, para muchos investigadores, descarta que todo fuera fruto de la mente
del chico, un pobre pastor casi analfabeto sería incapaz de urdir una historia
de ese tipo, además ¿Con qué fin? Sin ir más lejos, tanto máximo como sus
padres tuvieron miedo de contarlo, no podemos olvidar la época en la que esto
sucedió, incluso Felipe Muñoz alegó que “si alguien tiene que ir a la cárcel,
que sea yo”, temiendo que todo aquello le trajera problemas a su hijo.
También
ciertos detalles del caso llaman la atención, hacen que investigadores de la
talla de Aimè Michel y Gordon Greighton den por auténtico ese caso, para
empezar, los rasgos de los humanoides, mongoloides, de ojos estrechos y baja
estatura, recuerdan a otros casos de contacto como el brasileño Adhemar o el
del matrimonio Hill, ambos, por otro lado, algo discutibles, llama la atención
que la descripción de la humanoides coincida de una forma tan clara en, por lo
menos, tres casos, tan separados por la distancia e imposibles de conectar.
Aunque
el detalle más importante es que el aterrizaje de Villares del Saz tuvo lugar
un año antes de la oleada ovni francesa de 1954, en España todavía no se daba
mucho bombo a este tipo de noticias, y, aunque así fuera, salta a la vista que
tanto Máximo como sus padres no eran asiduos de leer los periódicos.
Pero
aún queda una pregunta en el tintero ¿Por qué allí? ¿Qué tenía Villares del Saz
en particular? Bien, Antonio Rivera responde a esta pregunta afirmando que la
localidad se hallaba en un punto “ortotécnico”.
Pero
¿Eso qué es?
Bien,
un año después, tal y como he mencionado antes, hubo una oleada OVNI en Francia,
durante los meses de septiembre y octubre los periódicos se veían repletos de
casos, “casi por decenas”, afirma Paul Misraki en su libro Los extraterrestres
(Ediciones 19- 1968).
El
investigador francés Aimè Michel se entretuvo en recopilar todos los casos,
recortando las noticias de los periódicos.
Un
día tuvo la genial idea de colocar, sobre un mapa de Francia, chinchetas donde
habían sucedido los avistamientos, para su sorpresa, estos formaban una línea
recta, al principio creyó que podría tratarse de un solo objeto que viajaba en
esa dirección, rapidísimo, por cierto, pero después comprobó que no era así, ya
que las descripciones de las naves diferían unas de otras.
Para
algunos ufólogos esta disposición “ortotécnica” es considerada la primera
prueba científica de la realidad OVNI.
Jacques
Valleè, matemático e investigador francés, cuyo nombre en la ufología está
escrito en piedra, investigó el caso y, en un principio, con ayuda de sus
calculadoras electrónicas, afirmó que dichas líneas rectas podían ser fruto de
la casualidad matemática, no obstante, más tarde se desdijo, el cálculo
matemático debía “hilar muy fino” para explicar, por ejemplo, las seis
observaciones que se dieron en un solo día, el 24 de septiembre de 1954, ni las
del 14 de octubre.
Para
más información, el lector puede acudir a Aimé Michel y su notable libro Los misteriosos platillos volantes, publicado por Pomaire en 1963
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