El nuevo arte inmaterial o como engañar a idiotas pretenciosos


 


Imagine que se dispone a comprar un coche, llega puntual a su cita con el vendedor y mira, sorprendido, que allí no hay vehículo alguno.

--¿Dónde está el coche?—pregunta.

--¿El coche?—responde el vendedor—Es inmaterial.

--¿Inmaterial?—frunce usted el ceño--¿Qué significa eso?

--Significa precisamente eso—responde el vendedor—Inmaterial, pero existir, existe, y para demostrárselo aquí tiene los papeles del coche, tome. ¿Firmamos el contrato?

Supongo que usted pensará que dicho vendedor le está tomando el pelo, o lo que es peor le toma por tonto ¿No? y que ni loco va a comprar ese coche “inmaterial”.

Pues, aunque esto pueda parecer una locura, es lo que ha ocurrido en el mundo del arte actual, tal estrategia ha sido perpetrada por un hombre, el cual se hace llamar artista, llamado Salvatore Garau.

Garau es un artista nacido en la localidad de Santa Giusta, Cerdeña, en 1953, si digo artista me refiero a Artista de los de ahora, de esos que hacen pinturas y esculturas de cualquier cosa y con cualquier cosa.

O incluso de la nada, del aire hacen una pintura o una escultura, y eso es lo que Garau ha hecho, no una, sino dos veces.

El pasado mes de julio Garau logró vender su obra ‘Io sono’ (Yo soy), por 15.000 euros, la escultura en cuestión no era ninguna escultura, porque era invisible, o como él dijo, inmaterial, -supongo que decir invisible delata más el timo que inmaterial, que queda mucho más chic- la sala de arte Art-Rite de Milán sacó a subasta tal esperpento, con un precio inicial de 6.000 a 9.000 euros, y Garau logró agenciarse 15.000 euros por su obra, ¿Cómo demostrar al idiota que adquirió dicha obra? Pues con un certificado de la mano del autor, el cual “demuestra” que el comprador no es, en absoluto, un gilipollas al que han timado.

Eso sí, en dicho certificado especifica que la obra debe colocarse en un espacio de 150 x 150, y lo más ridículo, seguramente, es que el comprador, imaginemos a un pedante snob de esos que coleccionan arte, llámese arte a todas las obras, a cual más rara, habrá colocado el bulto tal y como le habrá mandado el certificado.

Imaginémonos también a unos invitados llegando a casa del comprador y viendo el rincón vacío, eso sí, el certificado colgado al lado para recordarle que ahí hay una estatua invisible, con gesto de extrañeza, aunque, pensándolo mejor, ellos serán iguales de pretenciosos que él, dejémoslo entonces.

No es la primera obra de este tipo que Salvatore Garau se saca del sombrero, después presentó Afrodita Piange, otra escultura invisible, y buda en meditación, que era más de lo mismo.

La explicación que da Garau sobre su arte es, sinceramente, lo mejor de ese asunto:

«Más que esculturas invisibles, las definiría como esculturas inmateriales. Mi fantasía, entrenada toda mi vida para sentir diversamente lo que existe en torno a mí, me permite ‘ver’ lo que aparentemente no existe.

Y después intenta rizar el rizo y se pone científico:

"Además, el vacío no es otra cosa que espacio lleno de energía, incluso si lo vaciamos de campos electromagnéticos, neutrinos, materia oscura, de todo… y solo queda la nada, según [en mecánica cuántica] el principio de indeterminación de Heisenberg ¡nada tiene peso! "

Para que, definitivamente, nadie dude de su obra, y mucho  piense que no es más que un timador más.

La última de Gararu ha sido vender, de nuevo, una escultura inmaterial, o invisible o que no existe, por, ni más ni menos, que 27.120 euros.

La obra se llama “Davanti a te”, o, en cristiano, delante de ti y, de nuevo, su existencia solo puede acreditarse por medio de un certificado, también especifica que debe colocarse en un espacio de 200 x 200, supongo que para que su nuevo dueño no tropiece con ella.

La obra fue vendida, de nuevo, por la Art-Rite de Milán, la cual supongo estará encantada, pues ha de llevarse una buena tajada cada vez que saca a subasta cualquier obra.

"Esta nueva escultura es para mí la más enigmática y, lo admito, inquietante. La pintura ya no me basta, solo, para describir lo que está sucediendo a nuestro alrededor en todo el planeta. La 'materia' inmaterial de mis esculturas, para mí, tiene el poder de evocar, como ningún otro, los miedos que invaden nuestra existencia y condicionan nuestro futuro. La ausencia, más que la presencia, enfatiza nuestros dramas y es la protagonista absoluta de nuestro tiempo".

Ha explicado Garau a los medios, y se ha quedado, seguro, tan ancho.

En realidad, esto no es nuevo, si no que viene de lejos, el arte, o mejor dicho anti-arte, existe desde hace mucho, y empezó con….

Los ismos.

Fue por los años veinte del siglo pasado cuando un grupo de personas comenzaron a reunirse en un café de Zurich, llamado Cabaret Voltaire, el percusor de este arte, que luego tuvo por nombre DaDá, fue Hugo Ball, el cual introdujo al rumano Tristan Tzara, el cual fue, por cierto, el mayor exponente del dadaísmo.

Este arte se basaba en dar rienda suelta a los instintos más absurdos del artista, cuanto más absurda era la obra, más gustaba, más “dadá” era.

El culmen de todos los cúlmenes llegó cuando Marcel Duchamp, el cual no se identificaba abiertamente con el dadaísmo ni con ningún ismo, ideó su obra más conocida, la “fuente”, una escultura que, para el ojo inexperto, puede parecer un urinario, pero que no lo es, es una obra maestra el arte (¡por favor!).

El dadaísmo formó parte de un conjunto de corrientes artísticas surgidas en aquella época, como el surrealismo, -el cual fue el que mejor salud tuvo gracias a artistas como Salvador Dalí- el futurismo, no estamos hablando de ciencia ficción literaria, sino de un movimiento artístico liderado por el italiano Marinetti, el fauvismo o el cubismo, corriente ligada al nombre de Picasso por los siglos de los siglos.

De todas ellas, el dadaísmo era la más estrambótica, la más absurda, nos ha dado  joyas como  juego de desayuno de piel, de Meret Oppenheimer, -taza, cuchara y platito forrado de piel de animal, o el regalo, de Man Ray, una plancha con pinchos en su superficie.

Pero la obra más nauseabunda, la más mierda, sin duda es la que Piero Manzoni creó en el año 61, y no la estoy llamando nauseabunda ni mierda porque no me guste, que no lo hace, sino porque es, ciertamente, mierda, Manzoni enlató sus propias heces y la expuso en Galleria Pescetto, de Albissola Marina, Italia, con el nombre de “mierda de artista”.




Existen varias latas con las deposiciones del italiano, -una de ellas vendida en 2016 por  275.000 euros en la casa milanesa Il Ponte- aunque se cuenta que algunas acabaron estallando debido a los propios gases que acumulaban la mierda de su interior.

Si continuamos explorando el mundo del arte conceptual, podemos encontrarnos maravillas, dicho en tono irónico, y momentos realmente desternillantes, como cuando el artista Jonatan Olvera tuvo el valor de colocar en el Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro una repisa con un vaso de agua medio lleno, lo cual copó todas las críticas de los asistentes de la exposición, vía Twitter, que hablaban, sin inmutarse, de timo en mayúsculas.

En cuanto a lienzos podría nombrar decenas, pero me quedó con Concepto espacial, de Lucio Fontana, podemos verlo aquí abajo, una verdadera joya del arte absurdo.



Y si hablamos de Performances tampoco nos quedamos atrás, tenemos verdaderos Shows, a los cuales simplemente duele llamar con el nombre de espectáculos, como el de Marina Abranovic llamado Relation in Space, un hombre y una mujer chocando uno contra otro, ambos desnudos,  o el de la inimitable Yoko Ono, la cual se colocó ante un micrófono para proferir sonidos identificables por su boca, fiel reflejo, sin duda, de lo que se cuece en su cabeza.

No estoy en contra del arte contemporáneo, ni muchísimo menos de la experimentación con cualquier tipo de tendencia, -no puede negarse que los ismos significaron un importante avance para el arte en general, por no hablar que supuso una vía de escape para la sociedad tras la primera guerra mundial- pero, y no me tiembla, en este caso, la mano, para afirmar que en el nombre del arte se han ideado, y vendido, verdaderas soplagindeces, de la mierda de Manzoni hasta el cristo del pis de Andrés Serrano, obras que no son ni obras ni de arte, que son un insulto a la inteligencia de quien ha pagado la entrada al museo y se encuentra con esa basura.

En el caso de Salvatora Gararu, y para ir terminando, la pregunta de si el hombre es un genio, mi respuesta es sí, porque si ha conseguido, por partida doble, que la paguen tanto por unas obras que, literalmente, no existen, -porque diga lo que diga no existen- es un maldito genio, de eso no me cabe duda, pero eso sí, tampoco de cabe duda que quien haya comprado alguna de esas obras es un gilipollas.

 

 

 


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